divendres, 12 de desembre del 2008

Campaña contra la compra de árboles vivos como elementos ornamentales de las fiestas navideñas

global/desembre - La celebración de la Navidad, como tantos otros eventos socioculturales, no está exenta del mercantilismo y de múltiples intereses económicos. Cada año, la llegada de estas fechas, se adelanta y se prolonga más en el tiempo, mientras la melanina aún se repone tras los excesos ante la exposición solar del pasado estío. Se abre la veda de nuestra voracidad consumista, así que todos a comprar.
No es el momento de realizar un análisis sociológico de esta situación, ni mucho menos de poner en cuestión la celebración de la Natividad del Señor –para los cristianos-, el acercamiento de la familia y el recuerdo de los que ya no están, enmarcado en un cambio de actitud personal que nos hace más sensibles hacia los demás, aunque en la mayoría de los casos este sentido solidario sólo dure unos días. Pero quizá si lo sea para recordar ciertos hábitos impuestos por modas que carecen de sentido.
Durante estas fechas se venden cientos de miles de árboles vivos –principalmente abetos (Abies sp)-, siguiendo una tradición heredada de nuestros vecinos europeos. Una vez en casa les enganchamos bolitas, luces y diversos abalorios; les decimos a nuestros hijos que pongan sus zapatos o calcetines para que los visite Papá Noel, y nos desvivimos en comprar el más lustroso.
Estos árboles, que los viveristas cuidan durante una media de siete años para hacer el agosto en pleno invierno -en el hemisferio Norte-, son seres vivos con unas necesidades determinadas, como el riego, la insolación, la aireación y otros factores ambientales adecuados para su desarrollo y mantenimiento. Cuando se utilizan como adorno extemporáneo, sufren la ausencia de todos estos parámetros y, mayoritariamente, acaban adornando las aceras cercanas a los contenedores de basura, tras el período festivo. Intentar recuperarlos es una tarea compleja, porque tras días de estrés y ausencia de riego, con temperaturas inadecuadas a su propia existencia acaban marchitándose antes de que acaben estos festejos.
Además, la especie habitualmente utilizada en este mercado es el abeto, una pinácea originaria de los bosques desde escandinavos que llega hasta los Balcanes, cuya distribución natural en la Península Ibérica se restringe al macizo de Montseny –Barcelona y Gerona- y a algunos puntos de los Pirineos, aunque a causa de las plantaciones forestales actualmente se encuentra ampliamente naturalizada. En cualquier caso es una especie de la media y alta montaña –entre los 700 y 2.000 m de altitud-, que precisa de lluvias abundantes, en lugares húmedos, frescos y sombríos.
Actualmente no existe una normativa específica que impida esta venta. Se puede entender que son árboles de vivero y, por ende, pueden ponerse a la venta para la adquisición por cualquier persona que así lo desee. No solamente se venden en las grandes superficies comerciales, sino también en las calles y mercadillos de toda España. El problema se encuentra en que realmente no son pies adecuados para su posterior plantación, ya que se arrancan literalmente del suelo para encajarlos en una maceta y que aguante el tiempo que dura la Navidad –unos 20 días-, a partir de ese momento o antes suelen perder bruscamente su vitalidad, al permanecer sin riego, con el sobrepeso de los adornos, sin un enraizamiento adecuado y en ambientes interiores.
En cualquier caso, lo más sensato sería que las Administraciones responsables del medio ambiente realizaran programas de sensibilización dirigidos a la población en general, para evitar esta costumbre ampliamente extendida, así como campañas de recogida de los mismos tras este periodo para intentar aprovechar aquellos que estén en buenas condiciones para parques, jardines o áreas de recreo.
La alternativa es evidente. Este mismo mercado de consumo ofrece una variedad enorme de árboles de plástico, de todos los tamaños y formas a los que no se le ha cae ni una sola hoja, que engañan al propio Papá Noel y que pueden volver a su funda los más de 300 días que separan estas fiestas durante décadas. Además, duran de por vida, no le duelen los maltratos de esta entrañable festividad, y se pueden reciclar.
Así, que si quieres ser consecuente con estos compañeros de viaje en el Planeta Azul y conservar al mismo tiempo tus tradiciones, en esta Navidad no compres árboles vivos.
Felices fiestas y que 2009 nos depare lo mejor.
José Javier Matamala García - Ciutadans Ecologistes de Badalona